martes, 31 de marzo de 2009




JAVIER SÁEZ DE IBARRA gana el I Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero


El 26 de marzo se falló el premio de narrativa breve con mayor dotación económica (50.000 euros) de España y Latinoamérica, convocado por el Consejo Regulador Denominación de Origen Ribera del Duero y la Editorial Páginas de Espuma.

Optaban al mismo como finalistas los escritores Fernando Iwasaki, con España, aparta de mi esos premios; el guatemalteco Eduardo Halfón, con Los cuentos del cuartel; el mexicano Pedro Ángel Palou García, con Demonios en casa; Juan Carlos Márquez, con Llegado el momento; Luciano González Egido, con Vísperas de la nada; y Javier Sáez de Ibarra, con Mirar al agua. Cuentos plásticos.

El jurado del concurso, compuesto por José María Merino, Ana María Shua y Eloy Tizón otorgó el premio por unanimidad al escritor Javier Sáez de Ibarra, cuyo libro de cuentos han calificado, entre otras cosas, de moderno, conmovedor y ambicioso.

La editorial Páginas de Espuma ha publicado anteriormente los volúmenes de relatos del autor, El lector de Spinoza (2004) y Propuesta imposible (2008).

Aunque habrá que esperar aún a la publicación del libro premiado, al menos podemos degustar el cuento que da título al mismo gracias a la cortesía de Fernando Valls, que lo publicaba ayer en su blog
La nave de los locos. Podéis leerlo aquí, que lo disfrutéis.

viernes, 27 de marzo de 2009




SHHHH


Un agente con silbato, una cría a quien le ha explotado el globo en la cara, varios congregados con y contra el trasvase interregional de partículas alfa en suspensión, un chapuzas de pico y pala, dos recién atracados, varios niñatos con MP3, una filarmónica de ancianos con tos asmática, 1808 japoneses en corrillo en búsqueda de tesoros, el equipo local de fútbol en traje de celebración...

Pasaban a su lado y él, dueño de su silencio, leía el reproche en sus caras.


Finalista del I Concurso de Microrrelatos Madrid 1808

jueves, 26 de marzo de 2009




EL VIAJE A LA LUNA, de GEORGES MÈLIÉS





“Georges Mèliés, creador del espectáculo cinematográfico”, se lee en su lápida del cementerio de Pére Lachaise en París.

Mèliés solo pretendía entretener al público, pero sus aportaciones, tanto técnicas como estéticas, ampliaron las posibilidades del cinematógrafo patentado por los hermanos Lumiére, más allá de la mera reproducción de imágenes reales en movimiento.

Georges Mèliés incorporó a sus metrajes muchos de los recursos de la magia y el teatro, que tan bien conocía y que tantas posibilidades ofrecían en lo que a creación de efectos especiales se refiere: desapariciones, transformaciones, simulaciones, etc. Otras veces, fue el azar quien intervino en el descubrimiento de nuevos trucos efectistas, como cuando estando grabando en la Plaza de la Ópera de París, la cámara se detuvo durante un minuto, mientras la vida en la plaza y su movimiento continuaban. “El truco de la substitución había sido descubierto”, diría el director después, al visionar lo grabado y descubrir que gracias a esa pausa fortuita “un ómnibus se convertía en un coche fúnebre y los hombres se convertían en mujeres”.

Pero la aportación de Mèliés al cine no queda solo en el aspecto técnico (travellings, fundidos, simulaciones…). Si bien no hay un verdadero interés argumental en sus historias, sí existe una voluntad estética, el deseo de crear imágenes poéticas. Más allá del trabajo de documentalismo, de filmación de la realidad que suponían las películas de los Lumiére, George Mèliés llevó a las suyas el universo de la fantasía, de la ficción, de la irrealidad, de la irracionalidad anticipándose a las propuestas que formularían los surrealistas veinte años más tarde. El ilusionismo y la teatralidad fueron para él herramientas clave para el desarrollo de un lenguaje en imágenes expresivo, sugerente, espectacular, capaz de seducir al espectador.

El viaje a la luna se considera quizá el máximo ejemplo de ello. Filmada en Francia en 1902, con un metraje de 14 minutos, Mèliés realizó en ella las labores de dirección, producción, diseños, efectos especiales y guión según las novelas De la Tierra a la Luna de Jules Verne y Los primeros hombres en la Luna de H. G. Wells. El fragmento que vemos, tomado de Youtube, tiene como fondo musical el tema Kalender del grupo austríaco "Attwenger".

VIDEO: Le voyage dans la Lune.Youtube


martes, 17 de marzo de 2009




REFORMAS

Entre las mesas de Laura y Fabiola, situadas frente a frente en el despacho, se interpone una columna cuadrada de sesenta por sesenta. Durante años, ninguna de las dos ha conocido más que una tercera parte del rostro de su compañera: apenas un ojo sin llegar al lagrimal, una aleta de la nariz como de pasada, algún incisivo cuando sonríen o hablan por teléfono y, en el caso de Fabiola, una pequeña fracción de los lentes de metal de Laura.

Solo una vez que a Fabiola se le cayó sobre la mesa el tiesto de amor de hombre y, mientras se inclinaba para recoger los destrozos, Laura tuvo la oportunidad de ver por un instante el flequillo en onda de su compañera, peinado hacia el lado habitualmente oculto.

Al principio de su convivencia, Laura le había contado a Fabiola que tenía un novio chapista llamado Féliz, a quien todos llamaban Félix, descreídos de que pudiera existir en el santoral semejante nombre. Al día siguiente, desde el otro lado de la columna, Fabiola le preguntó a Laura si le apetecía un café de la máquina mientras el despacho cogía calor e iban arrancando los ordenadores. Laura respondió que el café le quitaba el sueño y que hacía años que no lo tomaba. Fabiola, en cambio, confesó ser una auténtica adicta al café, a lo que Laura aseguró que, aunque ella no era muy adicta a nada, por lo general solían caerle bien los adictos a cualquier cosa. Y así, metidas en confidencias, acabaron por olvidarse del café de la máquina.

Hace unos días, la dirección de la empresa decidió acometer reformas en algunas plantas. Al estudiar los planos, los técnicos descubrieron que el pilote cuadrado que se interpone entre Fabiola y Laura carece de cualquier otra funcionalidad, salvo la de centralizar el espacio. Ambas acogieron la noticia con agrado. Cuando la columna de sesenta por sesenta desapareciera, dijo Fabiola, tendrían por fin la ocasión de conocerse como Dios manda. Laura, con un asentimiento, dio a entender que estaba de acuerdo.

De momento, y con el fin de ir acostumbrándose, convinieron en correr provisionalmente ambas mesas hacia el mismo lado. De esa forma soslayaban la columna y podían mirarse directamente. Aunque les costó gran esfuerzo, porque con los años y el peso las cantoneras que hacían de patas habían quedado prácticamente incrustadas en la moqueta, así lo hicieron. Corrieron las mesas. Con cierta emoción, el flequillo en onda de Fabiola (un mechón lacio color ceniza) y las estrías de sus labios se encontraron por vez primera con la papada flácida y los ojos acuosos de Laura. Al verse por primera vez de rostro entero, intercambiaron una sonrisa apocada.

La empresa no ha confirmado aún cuándo se llevará a cabo el derribo, pero Laura y Fabiola no dejan de repetirse la una a la otra las ganas que tienen de que ese día llegue. Y es que, desde que corrieron las mesas y pueden verse, han perdido el pudor entre ellas. Ahora se lo dicen casi todo.

Ayer mismo, sin acritud, Fabiola le sugirió a Laura que a poder ser evitase aporrear con tanta fuerza el teclado. Por su parte, Laura le mencionó a Fabiola el a todas luces singular, aunque inarmónico traqueteo de su calculadora al escupir la cinta con los cálculos. Luego fantasearon con la nueva decoración del despacho. Les costó ponerse de acuerdo sobre las paredes: Laura prefiere las marinas, Fabiola algo del estilo de Picasso. Laura odia los adornos navideños que a Fabiola, por el contrario, la remiten brevemente a la niñez y le ayudan a sobrellevar las circunstancias de la edad adulta año tras año: hace unos meses que los pies se le vienen quedando fríos y está que no se encuentra, le ha contado a Laura. Esta, que no ha cumplido aún los treinta, nació accidentalmente en Sevilla y en el mes de agosto, con lo que todavía están por llegar a un arreglo sobre la temperatura del despacho. En todo caso, ha dicho Fabiola, los de riesgos laborales tienen la última palabra. Laura se ha encogido de hombros. Luego ha cogido el mando de la calefacción para apagarla.

Fabiola no ha dicho nada, ha vuelto a sus tareas y ahora está sumando una montaña de facturas en la calculadora. Laura, levantando la voz por encima del traqueteo de la máquina, le pregunta por sus preferencias en cuanto a plantas. Resistentes, nada de flores y de poca agua: correveidiles para los alféizares, plantas del dinero sobre los armarios; tampoco estaría mal algún que otro geranio, son las sugerencias de Fabiola, pero Laura no se ha pronunciado. Ambas han coincidido, en cambio, en que un ficus benjamina bien frondoso en el hueco de la columna quedaría como nada. Como las dos son aficionadas a la jardinería, traerán algunos esquejes de casa. Y, por supuesto, aquí no cabe ninguna duda, el ficus lo comprarán a pachas.

domingo, 8 de marzo de 2009




QUISIERA SER TAN ALTO

Naim, quien ahora se hace llamar Jaime, aprovecha un hueco sin coches y deja la bandeja del té sobre el asfalto. Tan altas como palmeras, piensa de las farolas. Sentado en cuclillas, sirve unos cuantos vasos y espera. Ha bajado ocho pisos de escaleras hasta la calle, dejando atrás chirridos de puertas que se abrían y cerraban al tintineo del cristal en el cobre, al aroma del té donde hoy flota menta aunque a él no le sienta bien. Aun así lo prueba. Está caliente y muy dulce. Bebe a pequeños sorbos al tiempo que espera. Lo encuentra todo tan nuevo. Desde la terraza del tercero un viejo con buena puntería escupe y va a caerle muy cerca, casi atina en la bandeja del té. Naim no se inmuta. Bebe té de menta. Sigue esperando. Tan altos como las nubes, piensa de los edificios que le rodean.

El té ya no humea y es de noche cuando el viejo del tercero baja a la calle y coge un vaso de la bandeja:

—¿Lleva menta? —pregunta.

Naim asiente sin atreverse a mirarle.

—La menta me da ardor —se queja el viejo.

—También a mí —dice Naim, quien ahora se hace llamar Jaime, y que al alzar la vista tímidamente hacia el viejo se encuentra con el que piensa es, sin duda, un hombre tan alto como la luna.