viernes, 26 de febrero de 2010
jueves, 25 de febrero de 2010
CUNA, de Isabel González
miércoles, 24 de febrero de 2010
martes, 23 de febrero de 2010
FOTO: Bocas cerradas. Acuarelascardesin.blogspot.com
Conmoción. Así es como salí el sábado del cine, conmocionada. La causa, El secreto de sus ojos. Por alguna razón, quizá el título me parecía algo meloso, yo ni siquiera la había considerado. Pero M. A. insistía en que valía la pena y no dudó en acompañarme a verla, él por segunda vez, lo que teniendo en cuenta los precios que se gasta el cine no dejaba de ser una buenísima señal. Apenas pestañeé el tiempo que duró la película. Drama, humor, intriga. Soledad, amor, justicia. ¡¿Justicia?¡ La peor forma de justicia que puede infligírsele a un ser humano, ¿cuál sería? ¿Cárcel, pena de muerte, trabajos forzados…? ¿Tal vez el silencio? No, no su silencio, sino el de los otros, el de su carcelero, la única persona que en este caso, juez y parte a la vez, podía suavizar su condena. Veinte años de silencio absoluto. Ni una sola palabra. Veinte años sin oír una voz. Veinte años de nada. "¿Cómo se pueden vivir veinte años de nada?", le pregunta Ricardo Darín a Soledad Villamil sin saber que pocos fotogramas después se encontrará de cara con la nada suprema, la del silencio, el castigo para el culpable, y tendrá que enfrentarse a sí mismo y a la disyuntiva de rebajar o no la condena al culpable simplemente pronunciando para él una palabra. "Dime algo" le pide el condenado. Pero no. Silencio. Nada. Dos décadas de nada en una secuencia de apenas un minuto que te devuelve a la calle sin aire, conmocionado, sin palabras.
sábado, 13 de febrero de 2010
Voces: Javier Sáez de Ibarra
Como hace el águila no es no moverse, sino ir con ellos desde arriba, surcar con la cabeza alta y el cabello despeinado de la brisa. Ir con ellos, no detenerse, no estorbar, esto es, fluir. Y digo he de fluir, he de obedecer, he de ser uno más, sí, uno cualquiera, el hombre desconocido, eso es, el personaje al comienzo de una película del que el espectador no sabe aún nada, pero enseguida va a tener una historia que contar, ¿no? Naturalmente, descubriremos algo interesante sobre él, de él, en él, por él, algo así. El hombre que parecía anodino de pronto se descubre protagonista, inteligente, valeroso, original, inverosímil, altivo, enamorado. ¡Yo podría ser! Ese personaje en la película, después de que alguien me mira y me descubra. Una verdadera águila, un sol, una pequeña estrella, un zafiro, un amoroso ente de ficción que se quedará en el recuerdo.
JAVIER SÁEZ DE IBARRA: "Detención", en Mirar al Agua
lunes, 1 de febrero de 2010
Piel salada
Como a mí, al leopardo de las pupilas rosa no le cabía el modo de renunciar a Mozart. Allí estaba, escuchando para mí. O acaso lo que le traía hasta mi casa fuese la esterilla del porche, donde, en lo que duraba la pieza al menos, asistía incrédulo día tras día al poderoso milagro de que sus patas al fin se secasen. Así supe que a los leopardos no les gustan los pies mojados. Yo, sentada sobre la esterilla junto a él, inventaba historias de exploradores que se perdían entre aquellas nubes que nevaban nuestra cordillera, mientras el Concierto para clarinete sonaba en el enmudecido morir de la tarde y él rascaba con sus garras, distraído, las tablas del suelo, el aire, la piel siempre húmeda de mis piernas.
Siguió viniendo a mi casa mucho tiempo. Le mostré mis porcelanas, mis telas, mis libros, los tuvo en sus manos y se paseó entre ellos, y una vez al menos me sonrió. Al recordar ahora la gravidez de su mirada rosa aquel mediodía en que una de sus garras me levantó la piel y la volvió salada, vuelvo a respirar ese aire flotante en la quietud, la humedad de las tierras altas de África, el olor de su pelaje cuando yo se lo lavaba. Nunca llegué a ponerle un nombre. De haberlo hecho, probablemente se habría llamado Denys, y ahora se encontraría en algún lugar recóndito allá arriba, lejos de mi casa, en un lugar civilizado en medio de la selva.