lunes, 22 de junio de 2009




LIOFILIZACIÓN

Armstrong contempló la huella de sus pisadas sobre la superficie polvorienta.
De no ser porque Aldrin dormía en el interior
de la nave
bajo los efectos de la Biodramina y la sobreingestión
de hamburguesas liofilizadas, le habría cedido de buen grado el privilegio del paseo; las botas del traje le venían pequeñas y notaba los talones lastimados. Pero al fin y al cabo él era el comandante. Debería haber contactado con la base nada más llegar y pronunciado, para que pudiera oírla todo el mundo, la frase pactada. Decidió en cambio que bien podía tomarse su tiempo. No se veía un alma en kilómetros y la temperatura era buena. Todo era silencio. Valía la pena aprovechar la ocasión, siempre y cuando, se dijo, no hubiese testigos. Claro que estaba Aldrin, pero se le veía cabeceando al otro lado de la ventanilla, con lo que probablemente no se enteraría de nada.

De todos modos era mejor no correr riesgos, así que Armstrong volvió sobre sus pasos y, con un clic en la pechera de su traje, activó el plegado de emergencia hasta dejar la nave reducida al tamaño de un sello de correos. La introdujo en un bolsillo de su pantalón y cerró la cremallera. Luego, se quitó los guantes y con las manos libres fue despojándose del casco, la camisa, los tubos de evacuación y las perneras hasta quedarse completamente desnudo. Eligió una roca poco rugosa donde poder tumbarse boca arriba, los brazos por almohada, para poder mirar desde lejos la Luna. Desde allí, parecía más bella. Otra misión fallida, imaginó que se lamentarían allí arriba los suyos. En torno a él no se oía un suspiro. Esto es un mar de tranquilidad, fue lo último que pensó Armstrong antes de quedarse dormido en la cara oculta de la tierra.