miércoles, 24 de junio de 2009




BOB DYLAN (1): HURACÁN


Suenan disparos en el bar, por la noche. Entra Patty Valentine y desde la entrada de arriba ve al camarero en un charco de sangre. Grita: “¡Dios mío, los han matado a todos!”

Esta es la historia del Huracán, el hombre al que las autoridades culparon de algo que no había hecho. Pero podría haber sido el campeón del mundo. Tres cuerpos están allí donde Patty los vio, y otro hombre, llamado Bello, merodeando por la zona misteriosamente. “No lo hice”, dice, y levanta sus manos. “Estaba solo robando en la caja, espero que me entiendas. Yo los vi marchar”, dice, y se calla. “Uno de nosotros debería llamar a la policía.” Patty los llama y llegan a la escena del crimen con sus luces rojas en la cálida noche de Nueva Jersey.

Mientras tanto, lejos, al otro lado de la ciudad, Rubin Carter y dos amigos daban una vuelta en coche por ahí. El contendiente número uno de los pesos medios del boxeo no tiene ni idea de la mierda que le está a punto de caer encima cuando un policía los detiene y les manda parar en la cuneta. Igual que la vez anterior, y la anterior, y la anterior. Si eres negro, mejor no salgas a la calle, a no ser que quieras que tu madre lo lamente. En Paterson, es como funcionan las cosas.

Alfred Bello tenía un compañero, y tenía una denuncia que dar a la policía: “Vi a dos hombres correr, dijo, dos tipos de peso medio. Subieron a un coche blanco con matrícula de fuera del estado." Y la señorita Patty asintió con la cabeza. El policía les dice: “Un momento, chicos, éste no está muerto.” Así que lo levantaron y lo llevaron al hospital. Y aunque a este hombre le costaba ver bien, le preguntaron si podría identificar a los asesinos.

Las cuatro de la mañana y llevan a Rubin a presentarse en el hospital. El hombre herido le mira a través del único ojo bueno que le queda y dice: “¿Pero qué me traéis aquí? ¡Este no es el hombre!

Sí, esta es la historia del Huracán, el hombre al que las autoridades culparon de algo que no había hecho. Lo pusieron en una celda, pero podría haber sido el campeón del mundo.

Cuatro meses después, los guetos están que arden. Rubin está en Suramérica, luchando por su nombre, mientras Arthur Dexter Bradley, todavía metido en el caso del atraco, está siendo presionado por la policía, que busca alguien a quien culpar. “¿Recuerdas que dijiste que habías visto escapar un coche? ¿Crees que puedes jugar con la ley? ¿No crees que fue el boxeador al que viste correr aquella noche? Recuerda que eres blanco.”


Arthur Dexter Bradley dijo que no estaba seguro. “Un pobre chico como tú nos puede ayudar mucho”, le dice la policía. “Te tenemos pillado por el trabajito del motel, y podemos hablar con tu amigo Bello. Venga, no tienes por qué ir a la cárcel. Sé un buen chico. Le harás un favor a la sociedad. Ese hijo de puta es un rebelde y cada día se vuelve más. Queremos poner su culo en la cárcel. Le culparemos del triple asesinato. No es el Caballero Jim, precisamente.”

Rubin podía cargarse a un tipo de un solo golpe, pero nunca hacía más que eso. “Es mi trabajo”, dice, “ y lo hago por dinero. Y una vez acabado, acabado está.”

Era un paraíso donde las truchas campaban a sus anchas y el aire era puro, cabalgando a caballo a lo largo del camino, pero lo cogieron y lo pusieron en la cárcel, donde convierten a todo un hombre en un ratón. Todas las cartas de Rubin estaban marcadas de antemano. El juez convirtió a los testigos de Rubin en borrachos de los barrios bajos. Para los chicos blancos que lo vieron, no era más que un vagabundo revolucionario. Para la gente negra, él era solo un negro loco. Nadie dudó que él había tirado del gatillo. La policía aseguró que había sido él el culpable y el jurado de blancos estuvo de acuerdo. Rubin Carter fue injustamente acusado. Bello y Bradley mintieron. ¿Cómo puede la vida de un hombre estar en la palma de la mano de unos idiotas?





FOTO: Susan Voss. RAM