martes, 17 de marzo de 2009




REFORMAS

Entre las mesas de Laura y Fabiola, situadas frente a frente en el despacho, se interpone una columna cuadrada de sesenta por sesenta. Durante años, ninguna de las dos ha conocido más que una tercera parte del rostro de su compañera: apenas un ojo sin llegar al lagrimal, una aleta de la nariz como de pasada, algún incisivo cuando sonríen o hablan por teléfono y, en el caso de Fabiola, una pequeña fracción de los lentes de metal de Laura.

Solo una vez que a Fabiola se le cayó sobre la mesa el tiesto de amor de hombre y, mientras se inclinaba para recoger los destrozos, Laura tuvo la oportunidad de ver por un instante el flequillo en onda de su compañera, peinado hacia el lado habitualmente oculto.

Al principio de su convivencia, Laura le había contado a Fabiola que tenía un novio chapista llamado Féliz, a quien todos llamaban Félix, descreídos de que pudiera existir en el santoral semejante nombre. Al día siguiente, desde el otro lado de la columna, Fabiola le preguntó a Laura si le apetecía un café de la máquina mientras el despacho cogía calor e iban arrancando los ordenadores. Laura respondió que el café le quitaba el sueño y que hacía años que no lo tomaba. Fabiola, en cambio, confesó ser una auténtica adicta al café, a lo que Laura aseguró que, aunque ella no era muy adicta a nada, por lo general solían caerle bien los adictos a cualquier cosa. Y así, metidas en confidencias, acabaron por olvidarse del café de la máquina.

Hace unos días, la dirección de la empresa decidió acometer reformas en algunas plantas. Al estudiar los planos, los técnicos descubrieron que el pilote cuadrado que se interpone entre Fabiola y Laura carece de cualquier otra funcionalidad, salvo la de centralizar el espacio. Ambas acogieron la noticia con agrado. Cuando la columna de sesenta por sesenta desapareciera, dijo Fabiola, tendrían por fin la ocasión de conocerse como Dios manda. Laura, con un asentimiento, dio a entender que estaba de acuerdo.

De momento, y con el fin de ir acostumbrándose, convinieron en correr provisionalmente ambas mesas hacia el mismo lado. De esa forma soslayaban la columna y podían mirarse directamente. Aunque les costó gran esfuerzo, porque con los años y el peso las cantoneras que hacían de patas habían quedado prácticamente incrustadas en la moqueta, así lo hicieron. Corrieron las mesas. Con cierta emoción, el flequillo en onda de Fabiola (un mechón lacio color ceniza) y las estrías de sus labios se encontraron por vez primera con la papada flácida y los ojos acuosos de Laura. Al verse por primera vez de rostro entero, intercambiaron una sonrisa apocada.

La empresa no ha confirmado aún cuándo se llevará a cabo el derribo, pero Laura y Fabiola no dejan de repetirse la una a la otra las ganas que tienen de que ese día llegue. Y es que, desde que corrieron las mesas y pueden verse, han perdido el pudor entre ellas. Ahora se lo dicen casi todo.

Ayer mismo, sin acritud, Fabiola le sugirió a Laura que a poder ser evitase aporrear con tanta fuerza el teclado. Por su parte, Laura le mencionó a Fabiola el a todas luces singular, aunque inarmónico traqueteo de su calculadora al escupir la cinta con los cálculos. Luego fantasearon con la nueva decoración del despacho. Les costó ponerse de acuerdo sobre las paredes: Laura prefiere las marinas, Fabiola algo del estilo de Picasso. Laura odia los adornos navideños que a Fabiola, por el contrario, la remiten brevemente a la niñez y le ayudan a sobrellevar las circunstancias de la edad adulta año tras año: hace unos meses que los pies se le vienen quedando fríos y está que no se encuentra, le ha contado a Laura. Esta, que no ha cumplido aún los treinta, nació accidentalmente en Sevilla y en el mes de agosto, con lo que todavía están por llegar a un arreglo sobre la temperatura del despacho. En todo caso, ha dicho Fabiola, los de riesgos laborales tienen la última palabra. Laura se ha encogido de hombros. Luego ha cogido el mando de la calefacción para apagarla.

Fabiola no ha dicho nada, ha vuelto a sus tareas y ahora está sumando una montaña de facturas en la calculadora. Laura, levantando la voz por encima del traqueteo de la máquina, le pregunta por sus preferencias en cuanto a plantas. Resistentes, nada de flores y de poca agua: correveidiles para los alféizares, plantas del dinero sobre los armarios; tampoco estaría mal algún que otro geranio, son las sugerencias de Fabiola, pero Laura no se ha pronunciado. Ambas han coincidido, en cambio, en que un ficus benjamina bien frondoso en el hueco de la columna quedaría como nada. Como las dos son aficionadas a la jardinería, traerán algunos esquejes de casa. Y, por supuesto, aquí no cabe ninguna duda, el ficus lo comprarán a pachas.