viernes, 22 de octubre de 2010




VOCES: Enrique Vila-Matas

"Come Borges en casa". A mí no me llama la atención esa frase insistente, sino el hecho lateral de que Silvina Ocampo, la mujer de Bioy, insistiera en inventar cada día ante su marido una excusa nueva para evitar que Borges fuera a comer a su casa... ¿Será que lo doméstico -ese veneno que acaba con las pasiones y que también llmamos cotidianidad- lo arruina todo? ¿Será que ver de cerca a los genios les hace perder interés y los desmitifica? ¿No deslumbraba lo mismo, por ejemplo, una conversación de sobremesa con Borges que la lectura de uno de sus relatos? ¿Era Borges un ser algo pelmazo para Silvina? ¿Es el genio, como insisten algunos, una persona insoportablemente normal en la vida cotidiana? ¿Se puede ser genial todo el rato?

Dietario voluble, de Enrique Vila-Matas

miércoles, 6 de octubre de 2010




Presentación del libro de Microrrelatos I Premio Museo de la Palabra

La Fundación César Egido Serrano se complace en invitarle a la presentación del libro de microrrelatos finalistas de la primera edición del Premio Internacional de Microrrelatos Museo de la Palabra. El libro, que lleva por título Más allá de la Medida, recoge los ciento cuarenta y ocho textos que a juicio del Jurado resultaron finalistas.El acto se celebrará en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (Sala Valle Inclán) el Miércoles 13 de Octubre de 2010 a las 20:00 hrs.

Posteriormente, se ofrecerá un vino español y se entregará un ejemplar del libro a los asistentes.

Se ruega confirmación al Teléfono: 608 40 75 91 o info@fundacioncesaregidoserrano.com

domingo, 3 de octubre de 2010




Raúl Garcés y los caballeros del tango


Lejos de ti, del compositor colombiano Julio Erazo.

domingo, 27 de junio de 2010




Música en la noche



martes, 22 de junio de 2010




VOCES: Marcos Giralt Torrente

Hasta ahora no había escrito con mi propia voz. Había escrito ficcionalmente sobre la realidad, siempre se escribe sobre ella, pero ni era mi realidad ni era yo quien narraba. Es una sensación nueva que aturde. La ficción te permite decirlo todo. Con tu propia voz, en cambio, o bien tienes la tentación de callar, o bien echas de menos poder inventar.

Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente

sábado, 1 de mayo de 2010




La verdad de las mentiras

Aunque categórica, poco hay que objetar a la afirmación de Antonio Muñoz Molina ayer viernes en Babelia:

“No hay ficción que esté a la altura del fulgor seco de los hechos”.

Sin duda, ninguna forma de contar supera a la propia realidad contándose a sí misma. En todo caso, y en el siguiente escalón en cuanto a rigor y fidelidad a los hechos se refiere, solo los testigos directos de los mismos serían los más capacitados para aproximarse a ellos.

Lo que sí podría matizarse, pienso, es el cuestionamiento que Muñoz Molina hace sobre la utilidad de la ficción para “mantener presente lo que no debe olvidarse”. Está claro que la ficción no persigue dar testimonio fiel de la realidad —esa faceta corresponde a otra clase de narraciones y narradores—, pero eso no la convierte en un medio inútil de conocimiento de la verdad.

Es fundamental, por supuesto, conseguir la mayor exactitud en lo histórico; sin embargo, la exactitud en los datos no garantiza ni el acercamiento ni la implicación ni el aprendizaje a partir de ellos. Una buena prueba son todas las guerras televisadas de que las que hoy día somos testigos. No parece que el hecho de que la cámara nos las traiga a casa nos acerque más a ellas ni sirva para detenerlas. No siempre la realidad servida en crudo consigue aproximar, muchas veces aleja. La verdad pura y dura, cuando se conoce, produce efectos secundarios. Y hay además otra cuestión: no siempre quienes podrían contar de primera mano los hechos, se encuentran en condiciones de hacerlo. Yo misma tuve que renunciar a oír acerca de la guerra civil de boca de mi abuelo porque él mismo, decía siempre mi madre, no quería hablar de ello.

Y ahí es donde se justifica la utilidad de la ficción como forma de conocimiento. La ficción no es sino una simulación. Dicho así, estaríamos hablando de un engaño, de una mentira, porque algo simulado es algo que no es verdad. Sin embargo, Mario Vargas Llosa, en La verdad de las mentiras, nos da las claves para entender que en esa mentira que es la ficción se encierra más verdad que en la propia vida. Las novelas, dice, adoptan un sentido y un orden que la vida real no posee (esta es caótica y no tiene principio ni fin) y ofrecen al lector una perspectiva que su verdadera vida le niega, un orden inventado pero organizado que puede vivir con total impunidad, libre de consecuencias.

Justo ahí residiría la verdad de la ficción, en su capacidad de hacernos "vivir" una ilusión sin los efectos secundarios que suelen acompañar a la vida real, con esa «distancia tranquilizadora, “de época”» de la que habla Antonio Muñoz Molina, pero que no tiene por qué suponer necesariamente, como él señala, una banalización de los hechos.



El hombre prehistórico pintaba en las paredes de sus cuevas escenas de figuras cazando, bailando o luchando. Al principio lo hacía de una forma muy naturalista; observaba y trataba de imitar lo que veía: un bisonte, un arquero, una flecha, una mujer con el pecho al descubierto. Con el tiempo, esas escenas se fueron haciendo más esquemáticas, menos realistas, y un dibujo en forma de peine podía representar la cornamenta de un ciervo o un círculo con un palo vertical en forma de Y invertida a una figura de sexo masculino. Y empezaron a aparecer también imágenes que, a su vez, resultaban de la superposición de otras imágenes; por ejemplo, una cabeza humana con fauces de animal. Eran imágenes que se inspiraban en su realidad cotidiana y hablaban de ella, pero al mismo tiempo constituían una realidad nueva, pues ya no eran idénticas a su modelo: las cabezas humanas con fauces de animal no existían, sino que eran una creación suya, una ficción de la que el hombre primitivo, sin embargo, se servía para poder acceder y contar acerca de sus creencias más profundas (sus miedos, la magia, los rituales).

Más realistas o más esquemáticas, esas escenas no solo eran pequeñas historias a través de las cuales el hombre primitivo recreaba o ficcionalizaba su propia vida por puro entretenimiento. A través de ellas se contaba, hurgaba en sí mismo, se descubría, se veía, se conocía a sí mismo, al tiempo que dejaba un testimonio gráfico y subjetivo que nos ha permitido conocerle y no olvidarle. Ojalá mi abuelo hubiese sido pintor o novelista y, con la distancia protectora —que no impermeabilizadora— de lo inventado, hubiese podido construirnos una ficción con todo el fulgor de los hechos que le tocó vivir. Ni siquiera mintiéndonos así, habríamos podido olvidarlos ni olvidarle.

martes, 6 de abril de 2010




VOCES: Thomas Bernhard


No sé si era mi exterior, mi interior, que se expresaban donde podía verse, la irradiación de mis pensamientos, de mi misión, que se preparaba enérgicamente dentro de mí..., pero nadie se sentó a mi lado, aunque, con el paso del tiempo, todo asiento se volvía precioso.


Es un paisaje que, por ser de tal fealdad, tiene carácter, más que los paisajes bellos, que no tienen ningún carácter.

Helada, de Thomas Bernhard

domingo, 7 de marzo de 2010




En timme kvar att leva (Una hora por vivir), del grupo sueco KULTURATION





Ayuda a Chile

Un amigo chileno residente en España y a quien el terremoto cogió en el aire volando a Chile, me envía desde allí la dirección de la ONG "Un techo para Chile":

http://www.untechoparachile.cl/

Esta ONG nació en 1997 con el objetivo de construir 350 casas para familias pobres en Curanilahue, al sur del país; la siguiente meta era construir dos mil viviendas antes del año 2000. Ambos objetivos se consiguieron y, actualmente, la organización trabaja en las áreas de Habilitación Social y Vivienda Definitiva bajo el lema "2o1o sin campamentos", con el propósito de construir viviendas definitivas y erradicar todos los campamentos del país antes de la celebración del bicentenario de su independencia. El terremoto del 27 de febrero, sin duda, pone ahora muy difícil la consecución de este objetivo. Toda ayuda es poca.

jueves, 4 de marzo de 2010




Zafarrancho

Hacía falta una limpieza a fondo. Compró todo lo necesario para ponerse a ello. Se subió a la escalera y despejó los altillos, quitó las alfombras, vació la nevera, arregló los cajones, ordenó los estantes, espulgó entre los papeles viejos, rompió las revistas guarras; tiró los libros no leídos, los trastos olvidados en el balcón y la ropa fuera de temporada. Cuando volvió de sacar la basura, dio un repaso rápido a la casa. En el cajón de los amigos no quedaba nadie, pero olía como nunca a limpio.


viernes, 26 de febrero de 2010




SARA, de Fleetwood Mac


jueves, 25 de febrero de 2010




CUNA, de Isabel González
(ganadora del VIII Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor convocado por Escuela de Escritores)

Compré todo lo necesario para amarte. Una pelota hinchable y siete alcayatas. "Hoy no es mi cumpleaños", me dijiste. "Da igual. Ábrelo", insistí. Rompiste el papel de mala gana y apareció la pelota desinflada. En otro paquete diminuto estaban las alcayatas. Hasta aquella mañana, yo ni siquiera sabía que se llamaban alcayatas. Por eso me gusta entrar a la ferretería. Echar un ojo por ahí y cuando me decido, pedirle al encargado que me ponga siete de eso. "¿Siete alcayatas?". "Exacto. Siete alcayatas", pronuncio por primera vez y una bandada de gorriones remonta el vuelo desde mi estómago. Los nombres suelen ser más bellos que las cosas. Me gustan especialmente Bernardo y tachuelas. Pero no puedes llamar a nadie Bernardo Tachuelas. He aquí la esclavitud de las palabras. Estuve a punto de conocer a un Bernardo y conocí unas tachuelas, que son como las chinchetas aunque no es necesario que su cabeza sea circular y chata. Algo sin complicaciones. Lo que puedo ofrecerte. También una pelota de playa. "¡Vamos, hínchala!", te animé. Y empezaste a soplar. Supongo que los dermatólogos ya han estudiado este fenómeno. La tersura que gana terreno a las arrugas. La posibilidad de rejuvenecer un rostro soplando por sus narices. Tú, sin embargo, no parecías contento. Tenías miedo. Miedo de que explotara. Esta vez no lo hizo y vimos que el balón traía dibujado un perro con un cubo entre los dientes, un perro con un cubo entre los dientes, un perro con un cubo entre los dientes. Un motivo que se repetía en el ecuador del balón. "¡Abre el otro, venga!", te apremié. Suspiraste resignado y tus dedos se hicieron torpes con el minúsculo envoltorio. Al final, arrancaste el celo con los dientes y te pinchaste. "¡Mierda!", dijiste. Tu boca empezó a sangrar y yo te traje alcohol y agua del grifo. Estabas tan apurado que untaste el algodón en el vaso y bebiste del bote. "¡Mierda!", escupías. La situación no dejaba de ser graciosa y yo lamenté la falta de consistencia de tus encías de pladur. "Si la alcayata se hubiera afianzado en tus premolares podríamos colgar un cuadro", bromeé. "¡Has vuelto a beber!", me soltaste. "¡Mira quién habla. El señor que acababa de echarse un trago de alcohol desinfectante!", respondí. Luego me puse a llorar. Porque hago todo lo que puedo. Te lo juro. Porque esto es todo lo que puedo ofrecerte: un balón de plástico y siete alcayatas de acero o de latón, de rosca o de clavar, grandes o pequeñas. Me llevé las estándar porque según el ferretero, valían para cualquier cosa. También para demostrarte mi amor. Qué otra cosa propones con el dinero que me dejas. Bloqueaste mi cuenta por lo de mi afición al vino, por lo de mi afición a las tragaperras del ?Roxi Palace?, por lo de olvidar dinero en los sombreros de los mendigos. El otro día, el día más frío de este invierno, crucé los porches donde duermen y uno de ellos, agarrado a un cartón de vino, gritó: "si sigue nevando así, me voy a misa de una a dar pena". Te he regalado tantas veces la misma cosa... La misma pluma envuelta en Navidad y vuelta a envolver la Navidad siguiente; el mismo disco de Eric Clapton remasterizado por otra compañía; un beso igual a otro beso y en cada sexo, los mismos labios. Seamos honestos. No estoy borracha por haber bebido. Bebo porque estoy borracha. Borracha, ebria, embriagada de las flores del cementerio y de esas otras. Las que tú me regalas por mi cumpleaños. Cada doce de junio, esa docena de rosas que son como una afrenta. Como si me dijeras: "esto sí que es un regalo. Aprende". Y tú tienes que conformarte con siete alcayatas y un balón. Papel de lija a fin de mes, cuando sólo me quedan sesenta céntimos. "Para regalo, por favor", le digo al ferretero. A base de ponerte algodón entre el labio y la encía, dejaste de sangrar. A base de concentrarme en tu herida, dejé de llorar. Ennces me sorprendiste. "Toma", me entregaste otro sobrecito. Siete hembrillas de hierro cincado. Siete hembrillas estándar para mis siete alcayatas estándar. Las clavamos en la pared del pasillo. ¿Qué prenderemos de ellas? ¿Láminas de jazz? ¿Acuarelas? ¿Aprovechará una araña la infraestructura para tejer su red? De una patada, enviaste el balón al cuarto del fondo. Giraba en una esquina y al girar, daba la impresión de que el perro con el cubo entre los dientes se ponía a correr. Nada más que una ilusión. La cuna vacía. Alisé un pliegue de la colcha y tú pusiste una mano en mi vientre. "Sólo te necesito a ti", me besaste. Y yo qué sé. Yo qué sé. Si ahora nevara, si no dejara de nevar hasta el mediodía, iría a misa de una. A dar pena.

miércoles, 24 de febrero de 2010




El piano


VIDEO: Youtube

martes, 23 de febrero de 2010




El secreto de la voz


FOTO: Bocas cerradas. Acuarelascardesin.blogspot.com


Conmoción. Así es como salí el sábado del cine, conmocionada. La causa, El secreto de sus ojos. Por alguna razón, quizá el título me parecía algo meloso, yo ni siquiera la había considerado. Pero M. A. insistía en que valía la pena y no dudó en acompañarme a verla, él por segunda vez, lo que teniendo en cuenta los precios que se gasta el cine no dejaba de ser una buenísima señal. Apenas pestañeé el tiempo que duró la película. Drama, humor, intriga. Soledad, amor, justicia. ¡¿Justicia?¡ La peor forma de justicia que puede infligírsele a un ser humano, ¿cuál sería? ¿Cárcel, pena de muerte, trabajos forzados…? ¿Tal vez el silencio? No, no su silencio, sino el de los otros, el de su carcelero, la única persona que en este caso, juez y parte a la vez, podía suavizar su condena. Veinte años de silencio absoluto. Ni una sola palabra. Veinte años sin oír una voz. Veinte años de nada. "¿Cómo se pueden vivir veinte años de nada?", le pregunta Ricardo Darín a Soledad Villamil sin saber que pocos fotogramas después se encontrará de cara con la nada suprema, la del silencio, el castigo para el culpable, y tendrá que enfrentarse a sí mismo y a la disyuntiva de rebajar o no la condena al culpable simplemente pronunciando para él una palabra. "Dime algo" le pide el condenado. Pero no. Silencio. Nada. Dos décadas de nada en una secuencia de apenas un minuto que te devuelve a la calle sin aire, conmocionado, sin palabras.


sábado, 13 de febrero de 2010




Voces: Javier Sáez de Ibarra

Como hace el águila no es no moverse, sino ir con ellos desde arriba, surcar con la cabeza alta y el cabello despeinado de la brisa. Ir con ellos, no detenerse, no estorbar, esto es, fluir. Y digo he de fluir, he de obedecer, he de ser uno más, sí, uno cualquiera, el hombre desconocido, eso es, el personaje al comienzo de una película del que el espectador no sabe aún nada, pero enseguida va a tener una historia que contar, ¿no? Naturalmente, descubriremos algo interesante sobre él, de él, en él, por él, algo así. El hombre que parecía anodino de pronto se descubre protagonista, inteligente, valeroso, original, inverosímil, altivo, enamorado. ¡Yo podría ser! Ese personaje en la película, después de que alguien me mira y me descubra. Una verdadera águila, un sol, una pequeña estrella, un zafiro, un amoroso ente de ficción que se quedará en el recuerdo.

JAVIER SÁEZ DE IBAR
RA: "Detención", en Mirar al Agua

lunes, 1 de febrero de 2010




Piel salada



Yo tenía una granja en Africa, al pie de las Montañas de la Luna. Las nieves del macizo alimentaban el nacimiento del Nilo, y la granja se asentaba sobre una suave meseta. Durante las treguas que la lluvia nos regalaba, las cumbres seguían ocultándose bajo el vidrio opaco de la neblina. Sudaban las sábanas, los manteles, las palabras y el aire dejaba en la boca un sabor a mundo oxidado y desleído. El mismo suelo te persuadía de la inutilidad de entregarse a arañar la tierra, invitándote a un largo entreacto de vaivén de mecedora, gramófono y jarras de té muy frío. Se adivinaban las últimas horas de la tarde por el chascar de las hojas de helecho bajo los pasos perezosos de las fieras.

Como a mí, al leopardo de las pupilas rosa no le cabía el modo de renunciar a Mozart. Allí estaba, escuchando para mí. O acaso lo que le traía hasta mi casa fuese la esterilla del porche, donde, en lo que duraba la pieza al menos, asistía incrédulo día tras día al poderoso milagro de que sus patas al fin se secasen. Así supe que a los leopardos no les gustan los pies mojados. Yo, sentada sobre la esterilla junto a él, inventaba historias de exploradores que se perdían entre aquellas nubes que nevaban nuestra cordillera, mientras el Concierto para clarinete sonaba en el enmudecido morir de la tarde y él rascaba con sus garras, distraído, las tablas del suelo, el aire, la piel siempre húmeda de mis piernas.

Siguió viniendo a mi casa mucho tiempo. Le mostré mis porcelanas, mis telas, mis libros, los tuvo en sus manos y se paseó entre ellos, y una vez al menos me sonrió. Al recordar ahora la gravidez de su mirada rosa aquel mediodía en que una de sus garras me levantó la piel y la volvió salada, vuelvo a respirar ese aire flotante en la quietud, la humedad de las tierras altas de África, el olor de su pelaje cuando yo se lo lavaba. Nunca llegué a ponerle un nombre. De haberlo hecho, probablemente se habría llamado Denys, y ahora se encontraría en algún lugar recóndito allá arriba, lejos de mi casa, en un lugar civilizado en medio de la selva.



domingo, 31 de enero de 2010




MEMPHIS la BLUSERA

Angelitos culones
, del álbum del mismo título.


martes, 26 de enero de 2010




Jazz for Readers

Hoy he puesto música y he bailado en el salón de casa, con las luces apagadas y el pijama de invierno. Sin pensarlo, sin ningún motivo. Jazz para lectores, decía el título del cedé, y a lo mejor ha sido eso, o que el suelo del salón estaba hoy más liso que nunca, sin restos de arena traídos de la calle ni cabellos perdidos ni gotas pegajosas de bebidas refrescantes. Nada, ni el más ínfimo obstáculo donde pudieran tropezar los pies. Los muebles, pegados a las paredes, me hacían sitio entre dos hileras que bien hubieran podido ser todos mis amantes alineados, los actuales, los perdidos, los olvidados, los recientes, incluso los que aún no han sido pero serán. Todos aguardando a la siguiente pista o a una variación del ritmo para sacarme. Es increíble lo tímidos que pueden llegar a ser los amantes a veces, como los primeros acordes de una melodía por componer o el último sorbo de un licor madurado entre flores.

¿Bailas?, he oído que alguien decía de pronto detrás de mí, a la altura más o menos de la librería de cerezo. Y, antes de volverme, he aceptado su invitación sin una palabra, con el simple gesto de ofrecerle mis brazos extendidos; palpitantes los pies, los ojos apretados a fin de oscurecer, de preservar más si cabe el enigma necesario de su identidad. Los altavoces, en ángulos oblicuos de la habitación, liberaban un golpe de metal al tiempo que él me tomaba sutilmente de los codos. No de la cintura, no, y eso me ha cogido desprevenida. Me ha gustado. También yo he buscado los suyos en el aire, mientras me conducía a ritmo de saxo hacia el fondo del salón, pero no estaban, ni sus codos ni sus antebrazos ni sus dedos, y su ausencia ha convertido nuestras vueltas sobre el gres cuadriculado en una especie de baile de mariposas.

No hemos sucumbido a las confidencias al oído, a la niebla sepia de las biografías sonrosadas, aunque después de un solo de clarinete, no sé por medio de qué acrobacia, le he sentido besarme la nuca. Le hubiera reprochado el atrevimiento, esas confianzas de viejos conocidos que aciertan siempre a dar donde más duele; pero en la oscuridad, cualquier cosa que se diga acaba resbalando por el trampolín de la inexistencia, como si no se dijesen, como notas musicales que una vez han sonado se desvanecen en la nada. Es posible que en el último giro, él haya dicho algo. No estoy segura. Ha sido hacia el final de These foolish things, al pasar junto a la mesa de comedor y antes de cederme sin avisar a otros brazos. O tal vez eran los mismos, quién lo sabe. Francamente, una no se acostumbra a la oscuridad, a llamarles por otros nombres, a comprar tinto en vez de blanco, al pijama de invierno en la cama.

He bailado toda la noche con mis tímidos amantes, de uno en otro, por turnos. En círculos, como la luna. Cuando de mañana ha vuelto a salir el sol, el suelo del salón estaba casi perfecto, liso, impecable salvo por un arañazo profundo junto a la ventana, y cada cosa en su sitio: la lámpara de pie en forma de horquilla, el ídolo africano, el perchero con sus seis brazos de caracol, sin dedos, sin codos, sin antebrazos. Sonaban los últimos acordes de More than you know, Sonny Rollins.

jueves, 21 de enero de 2010




SIN CAFEÍNA

Las once es la hora del café. Claudia lo toma descafeinado: el café puro, los emails de desconocidos y los pañuelos de tela de caballero le quitan el sueño. A su compañero de enfrente, en cambio, le gusta un café del bueno, que se sepa que trabaja más que nadie y que su familia, adepta en su día al coronel, conserva aún un bloque de apartamentos allá en Valparaíso que todos los meses le da una renta.

Claudia y su compañero salen juntos a desayunar. Hoy, como siempre, descartan La Albahaca porque, aunque tiene buen café, está siempre hasta los topes y él tiene que volver rápido a la oficina. El Delina’s, dos calles más abajo, es un sitio majo pero un poco frío y un poco caro, y no tienen nunca descafeinado. Mejor la terraza del Instituto Göethe, en verano se está de muerte, tiene café café y además sirven en las mesas; una pena que hoy en la del fondo estén sentados los jefes supremos, sus acólitos y el chico nuevo de contabilidad, que ¡qué casualidad!, ayer mismo había desayunado con ellos.

¿Qué tal el Starbucks?, pregunta Claudia más a sí misma que a su compañero. Muy americano, contesta él, les llaman muffin a las magdalenas y te preguntan tu nombre para ponerlo en el vaso, le tratan a uno como si fuese un crío; vamos al VIPS. La cola del VIPS llega hasta la calle y son ya casi las once y veinte.

Vuelven a la Albahaca para estar más cerca del trabajo. Un café solo, un descafeinado y un trozo grande de bizcocho de manzana, este último para él. Y la cuenta que vamos tarde. Cuando llega, Claudia y su compañero miran la cuenta sobre el platillo de porcelana y echan mano, ella al bolso y él al bolsillo. Saca cada uno un billete y los ponen en la mesa.

Pago yo, dice ella, tú pagaste ayer. Sí, pero tú no has comido, dice él. Pero me toca a mí, insiste Claudia. Él se empeña en que ni hablar, porque ella nunca come. Vale, pues a medias entonces, propone ella. ¡Buaah, eso es muy cutre, queda fatal!, protesta él mirando el reloj al tiempo que se limpia con la lengua una miga de bizcocho que le ha quedado en el labio. ¿Entonces?, pregunta Claudia. Venga, vamos que nos vamos que estoy hasta arriba, responde él, mientras condescendiente retira su billete de la mesa: venga, si te empeñas, ya pago yo mañana. Son las once y veintinueve, pero por el camino aún le da tiempo a contarle otra vez a Claudia lo bien que se les conserva el edificio familiar, allá en Valparaíso.

miércoles, 13 de enero de 2010




Música en los pies


Madrid, 11-1-2010

jueves, 7 de enero de 2010




Melchor, Gaspar, Baltasar y...



No me queda más remedio que defender la causa perdida del cuarto Rey mago que, un adelantado a su tiempo, ya por entonces empezó a decir NO a los NOES. Por el camino se paraba a dar SÍES a todo y todos cuantos se le cruzaban, mientras sus tres colegas continuaban camino tras la estrella sin detenerse. Él, claro, perdió la estrella de vista, se salió de la ruta y no llegó nunca a adorar al niño. Nadie ha vuelto a hablar de él, nadie le conoce, nadie le espera, por lo que, aprovechando su anonimato, el cuarto Rey mago ha terminado haciéndose constructor y vendiendo parcelas de mundo en excelentes calidades, y en primera línea de la irrealidad.


lunes, 4 de enero de 2010




Non, Je ne Regrette Rien

Más que una voz, una historia. Más que una canción, un himno. Más que un final, un comienzo.

No, no lamento nada
No! Nada de nada,
No, no lamento nada
Ni el bien que me han hecho,
Ni el mal,
Todo eso me da igual!
No! Nada de nada,
No, no lamento nada.
Está pagado, barrido, olvidado...
Me importa un bledo el pasado!
Con mis recuerdos
He encendido el fuego,
Mis penas, mis placeres…
Ya no los necesito!
Barridos los amores
Y todos sus temblores,
Barridos para siempre,
Vuelvo a empezar de cero.
No! Nada de nada,
No, no lamento nada.
Ni el bien que me han hecho,
Ni el mal,
Todo eso me da igual!
No! Nada de nada,
No, no lamento nada.
Porque mi vida,
Porque mis alegrías,
Hoy comienzan contigo... !


A mi madre, barridos al fin todos sus temblores.


Non, Je ne Regrette Rien. Letra: Michel Vaucaire. Música: Charles Dumont. Interpréte: Edith Piaf, 1962 (Youtube)