jueves, 25 de junio de 2009




VOCES: Bob Dylan(2)
Cuando hace frío no hay rebeldes. El frío nos hace a todos iguales. Con frío no hay filosofías ni ideologías.

No direction home, de Martin Scorssese

miércoles, 24 de junio de 2009




BOB DYLAN (1): HURACÁN


Suenan disparos en el bar, por la noche. Entra Patty Valentine y desde la entrada de arriba ve al camarero en un charco de sangre. Grita: “¡Dios mío, los han matado a todos!”

Esta es la historia del Huracán, el hombre al que las autoridades culparon de algo que no había hecho. Pero podría haber sido el campeón del mundo. Tres cuerpos están allí donde Patty los vio, y otro hombre, llamado Bello, merodeando por la zona misteriosamente. “No lo hice”, dice, y levanta sus manos. “Estaba solo robando en la caja, espero que me entiendas. Yo los vi marchar”, dice, y se calla. “Uno de nosotros debería llamar a la policía.” Patty los llama y llegan a la escena del crimen con sus luces rojas en la cálida noche de Nueva Jersey.

Mientras tanto, lejos, al otro lado de la ciudad, Rubin Carter y dos amigos daban una vuelta en coche por ahí. El contendiente número uno de los pesos medios del boxeo no tiene ni idea de la mierda que le está a punto de caer encima cuando un policía los detiene y les manda parar en la cuneta. Igual que la vez anterior, y la anterior, y la anterior. Si eres negro, mejor no salgas a la calle, a no ser que quieras que tu madre lo lamente. En Paterson, es como funcionan las cosas.

Alfred Bello tenía un compañero, y tenía una denuncia que dar a la policía: “Vi a dos hombres correr, dijo, dos tipos de peso medio. Subieron a un coche blanco con matrícula de fuera del estado." Y la señorita Patty asintió con la cabeza. El policía les dice: “Un momento, chicos, éste no está muerto.” Así que lo levantaron y lo llevaron al hospital. Y aunque a este hombre le costaba ver bien, le preguntaron si podría identificar a los asesinos.

Las cuatro de la mañana y llevan a Rubin a presentarse en el hospital. El hombre herido le mira a través del único ojo bueno que le queda y dice: “¿Pero qué me traéis aquí? ¡Este no es el hombre!

Sí, esta es la historia del Huracán, el hombre al que las autoridades culparon de algo que no había hecho. Lo pusieron en una celda, pero podría haber sido el campeón del mundo.

Cuatro meses después, los guetos están que arden. Rubin está en Suramérica, luchando por su nombre, mientras Arthur Dexter Bradley, todavía metido en el caso del atraco, está siendo presionado por la policía, que busca alguien a quien culpar. “¿Recuerdas que dijiste que habías visto escapar un coche? ¿Crees que puedes jugar con la ley? ¿No crees que fue el boxeador al que viste correr aquella noche? Recuerda que eres blanco.”


Arthur Dexter Bradley dijo que no estaba seguro. “Un pobre chico como tú nos puede ayudar mucho”, le dice la policía. “Te tenemos pillado por el trabajito del motel, y podemos hablar con tu amigo Bello. Venga, no tienes por qué ir a la cárcel. Sé un buen chico. Le harás un favor a la sociedad. Ese hijo de puta es un rebelde y cada día se vuelve más. Queremos poner su culo en la cárcel. Le culparemos del triple asesinato. No es el Caballero Jim, precisamente.”

Rubin podía cargarse a un tipo de un solo golpe, pero nunca hacía más que eso. “Es mi trabajo”, dice, “ y lo hago por dinero. Y una vez acabado, acabado está.”

Era un paraíso donde las truchas campaban a sus anchas y el aire era puro, cabalgando a caballo a lo largo del camino, pero lo cogieron y lo pusieron en la cárcel, donde convierten a todo un hombre en un ratón. Todas las cartas de Rubin estaban marcadas de antemano. El juez convirtió a los testigos de Rubin en borrachos de los barrios bajos. Para los chicos blancos que lo vieron, no era más que un vagabundo revolucionario. Para la gente negra, él era solo un negro loco. Nadie dudó que él había tirado del gatillo. La policía aseguró que había sido él el culpable y el jurado de blancos estuvo de acuerdo. Rubin Carter fue injustamente acusado. Bello y Bradley mintieron. ¿Cómo puede la vida de un hombre estar en la palma de la mano de unos idiotas?





FOTO: Susan Voss. RAM

lunes, 22 de junio de 2009




LIOFILIZACIÓN

Armstrong contempló la huella de sus pisadas sobre la superficie polvorienta.
De no ser porque Aldrin dormía en el interior
de la nave
bajo los efectos de la Biodramina y la sobreingestión
de hamburguesas liofilizadas, le habría cedido de buen grado el privilegio del paseo; las botas del traje le venían pequeñas y notaba los talones lastimados. Pero al fin y al cabo él era el comandante. Debería haber contactado con la base nada más llegar y pronunciado, para que pudiera oírla todo el mundo, la frase pactada. Decidió en cambio que bien podía tomarse su tiempo. No se veía un alma en kilómetros y la temperatura era buena. Todo era silencio. Valía la pena aprovechar la ocasión, siempre y cuando, se dijo, no hubiese testigos. Claro que estaba Aldrin, pero se le veía cabeceando al otro lado de la ventanilla, con lo que probablemente no se enteraría de nada.

De todos modos era mejor no correr riesgos, así que Armstrong volvió sobre sus pasos y, con un clic en la pechera de su traje, activó el plegado de emergencia hasta dejar la nave reducida al tamaño de un sello de correos. La introdujo en un bolsillo de su pantalón y cerró la cremallera. Luego, se quitó los guantes y con las manos libres fue despojándose del casco, la camisa, los tubos de evacuación y las perneras hasta quedarse completamente desnudo. Eligió una roca poco rugosa donde poder tumbarse boca arriba, los brazos por almohada, para poder mirar desde lejos la Luna. Desde allí, parecía más bella. Otra misión fallida, imaginó que se lamentarían allí arriba los suyos. En torno a él no se oía un suspiro. Esto es un mar de tranquilidad, fue lo último que pensó Armstrong antes de quedarse dormido en la cara oculta de la tierra.

domingo, 14 de junio de 2009




VOCES: Göran Tungströn
Siempre era como volver a la sede misma de las palabras, porque para Aron las cosas habían estado cerradas, y el mundo había sido hostil hasta que conoció a Solveig. Su encuentro había sido como cuando dos personas están hechas la una para la otra. Y enseguida empezó a ver cómo Solveig iba abriendo las cosas, una tras otra, mostrando sus riquezas relucientes de significados. Fue así como entró en el mundo de las palabras.

El Oratorio de Navidad

martes, 9 de junio de 2009




A DIARIO




De haberse levantado ya, tal vez escucharía repetir a Carla un día más que el olor a tinta fresca de mi periódico le recuerda el que acompañaba su desayuno en las mañanas de colegio. Le oiría decir que es un recuerdo dulce, aunque su olor de entonces no se mezclara con el del primer café del día, sino con el de los chicharros recién traídos del mercado. Que recuerda sus páginas abiertas y reblandecidas sobre la mesa de formica de la cocina (esa que tenía un cajoncito lateral para los cubiertos y una silla de enea a cada lado), junto al tazón de loza desportillado donde migaba sopas para el desayuno.

De haberse levantado ya, quizá como otras veces le escucharía que el filo un poco en sierra de estas páginas es casi como el del cuchillo con el que su madre, de pie frente al fregadero, raspaba escamas y arrancaba vísceras uno a uno a los chicharros del almuerzo. Y le oiría repetido lo brillante, casi como nuevo, que dejaban el cuchillo las hojas secas del diario después de limpio el pescado, más que cualquier lavavajillas al limón de cualquier anuncio de cualquier cadena. Más suave, no, eso no, no más suave que el roce de las manos de su madre al retirarle el tazón de migas ya acabado.

Puede que luego me hablase de otro periódico y de otras mañanas no de colegio, sino de primeros madrugones juntos que tal vez ella aún recuerde. De besos prolongados en un trayecto corto Goya-Retiro, apurados de pie mientras en un asiento doble del mismo vagón otras bocas se inclinan sobre mitades de un mismo periódico e intercambian por lo bajo palabras dulces y espesas, espesas y dulces como las migas.

De haberse levantado ya, y debería, que no son horas, quizá Carla escurriría en el fregadero un cartón de leche terminado, prepararía una infusión de menta y acercaría la silla a este lado de la mesa para cogerme la otra mitad del periódico. Y entonces los dos inclinaríamos la cabeza como esas parejas del metro, uno a la derecha, otro a la izquierda, y murmuraríamos palabras espesas y dulces que, bajo el pasar de páginas en sierra y el aullido de la cafetera, tal vez ninguno alcanzaremos ya nunca a oír.


miércoles, 3 de junio de 2009




I Concurso Internacional de Microrrelatos “MUSEO DE LA PALABRA”




La Fundación César Egido Serrano convoca el I Concurso Internacional de Microrrelatos "Museo de la Palabra", abierto a escritores de cualquier país del mundo y dotado con un premio de 7.000 euros al microrrelato ganador del certamen, de extensión no superior a 600 caracteres con espacios incluidos.

Las bases completas del concurso podéis leerlas en Museo de la palabra